Apenas hay algún asunto político sobre el que exista un consenso mínimo entre los dos grandes partidos estadounidenses. La gran excepción es la defensa de Israel. El crédito extraordinario de 26.400 millones de dólares para aprovisionarles de nuevas armas fue aprobado sin mayor problema en la Cámara de Representantes, mientras que ya sabemos lo que costó conseguir el correspondiente a Ucrania. Y, sin embargo, pocos dudan de que quien más tiene que perder de las actuales revueltas estudiantiles de cara a las próximas presidenciales es Joe Biden. En parte, porque empieza a establecerse una conexión entre estas protestas y las que inflamaron los campus estadounidenses en el 68. El resultado en las elecciones presidenciales que tuvieron lugar después de estas algaradas permitió que Nixon fuera elegido por un estrecho margen frente a Humphrey, pero el candidato racista de extrema derecha, George Wallace, obtuvo casi un 14 % del voto. Para muchos, este sorpresivo giro hacia la derecha después de la anterior hegemonía demócrata significó un considerable realineamiento de la política norteamericana y fue una clara reacción frente a los disturbios juveniles en la calle.