Cuando los oídos aún se resentían con el eco lúgubre de las palabras del líder de la extrema derecha española, quien pregonaba a los cuatro vientos que los menores inmigrantes traen “robos, machetazos y violaciones”, un menor de piel oscura, nacido en Cataluña de padre marroquí y madre ecuatoguineana, se encumbraba en Alemania como el héroe nacional de España. El fútbol tiene una inigualable capacidad para producir estos cuentos de hadas: un adolescente que acaba de terminar la ESO, criado en el cinturón de Barcelona en una de esas barriadas que Santiago Abascal y los suyos llaman “estercoleros multiculturales”, asombraba al planeta entero con un prodigioso gol ante la campeonísima Francia, abría a la selección española el camino a la final de la Eurocopa de fútbol y destronaba a O Rei Pelé como goleador más precoz en un gran torneo de selecciones. Al día siguiente, 60.000 gargantas cantaban en el estadio de Montjuïc, espoleadas por Estopa, celebrando un nombre que solo unos meses atrás ninguno de ellos había oído siquiera: “¡Lamine Yamal! /¡Lamine Yamal!/ ¡cada día te quiero más!”.